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LOS HEROES DE UNA INFANCIA CASI ROBADA

El padre llega del trabajo, está exhausto, fueran más de ocho horas nocturnas a enfrentar el caos urbano, a ejercer una de las profesiones menos deseadas de la actualidad, a pesar de cargar en la espalda el deber de mantener la orden pública a cualquier costo: es policía.

Después de una buena ducha, él se acuesta y luego adormece, a continuar una rutina diaria: guardar el cinturón con la pistola calibre 38 en un local seguro, inaccesible al hijo o a cualquier otro civil. Viudo, además de las calles, debe mantener la organización de la casa, los cuidados con su madre de setenta y tres años y la educación del hijo de ocho años, un niño lindo, astuto, de una gentileza sublime, cuya sonrisa es el retrato de su madre que el cielo le retiró por orgullo o plena envidia.

Las horas caminan... Al levantarse, el pequeño corre a la habitación del padre, quiere darle un beso, como lo hace todas las mañanas. Pero ese día era diferente, sobre el sofá había algo que le llamaba la atención, despertándole la curiosidad parásita que en ciclos lleva el hombre a caminos ambiguos.

A calzar zapatos cuyos ruidos son casi imperceptibles, él camina en dirección al cinturón, quiere tocarlo, tener aquello que carga en las manos, matar el deseo sagaz de poder, ser un policía como el padre, para matar bandidos, cumplir la ley, ser un héroe como los del cine, como el Hombre-Araña... Espere..., Hombre-Araña no usa armas, pero al menos no de metal. Entonces, el seria el Caballero de las Tinieblas, el Hombre Murciélago, conocido como Batman. ¡Él sí tiene sus armas! ¡Y que armas! Manteniendo el silencio y con el cinturón en manos, retorna a su cuarto.

Está eufórico. Sus ojos relucen como faroles en alta mar. En fin, él dejaría de ser un simple mortal para ejercer el papel del "señor de todos los poderes", aquello que no tiene miedo de nada, que mata sin pena, en nombre de una Justicia que sólo existe en las líneas inspiradas del cartonista Stan Lee. Con la sabana amarrada al cuello usándola de capa y el cinturón del padre colgado en la cintura con la ayuda de un cordel, él brinca sobre la cama y finge, al viajar en la propia imaginación - fértil como chile en México, ser indestructible, defensor de los débiles y de los oprimidos.

Al tocar el arma, el juego acaba. La curiosidad pasa por las venas hasta llegar a la mente que, sin remordimiento, la toma con las manos. De frente al espejo del guardarropa, él dice en susurro: "Soy el súper... súper... ... Batman!" Pero la ingenuidad no imita el arte, tampoco la vida real manipula la fantasía; la fantasía es quien manipula, en muchos casos, la vida real, volviéndose una escena trágica que va de Shakespeare a Nelson Rodrigues.

Y con la pistola calibre 38 en manos, él se ve ante al espejo, cuando percibe que le falta algo para completar la fantástica aventura al mundo nada creíble de los poderosos de Marvel. ¡Una máscara! Eso, una máscara! Buscó un papel; no encontró. Es cuando recuerda que su material de la escuela está en la cocina, pero teme abrir la puerta y despertar a su padre que, al verlo con su cinturón y su arma en manos, podría regañarlo. Así, decide hacer el héroe sin máscaras, y el primer superhéroe con la identidad revelada! Pero la fantasía parece nuevamente desmoronarse cuando los rayos solares resplandecen el arma y se reflejan sobre los ojos del niño, que hechizado, la levanta hasta la altura de la cabeza y, viéndose en el espejo, la aproxima lentamente frente a su cara.

Con los deditos en el gatillo, parece perder la razón, en aquel momento no existe más un mortal delante de una arma, existe un Dios de los dibujos delante de un enemigo, cuyo vencedor heredará el derecho de tener su cara estampada en todas las portadas de revistas y periódicos de todo el mundo. Y en la batalla que se aproxima sólo uno saldrá vencedor. Pero que parece, el arma que adornaba las vestimentas del héroe se reveló y ahora quiere dominarlo, así como ya dominará toda la raza humana, llevando billones a siete palmos debajo de la tierra. ¡Y así acontece! Con el arma frente a la cabeza, desesperado, él dispara. ¡Un grito ensordecedor es oído!

_ ¡Hijo! ¡Hijo! !háblame¡... ¡háblame! ¡POR EL AMOR DE Dios! -Dice, tomándolo en sus brazos, después de presentir la desgracia, notó la presencia de sus instrumentos de trabajo que invadían el cuarto de su niñito. ¡HABLAME! ¡POR DIOS!, el padre llora, desorientado, culpándose de la tragedia.

_Papá... ¿tú vas a golpearme? Dice con una voz casi inaudible, amedrentada, como si hubiese sido rescatado de la muerte.

El arma no estaba cargada. Pero podría, y esta historia dejaría de ser un cuento de hadas y héroes norteamericanos para transformarse en asunto principal en las páginas policiales.

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Atualizado em: Sex 29 Ago 2008

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