person_outline



search

UNA ESTRELLA MUY PARTICULAR

Para mi hija
Victória:
la estrellita
que irradia
mi vida.


Quedé absorto...

Estaba en el cielo y tenía aquella estrella en mis manos. Sus rayos de luz invadieron mi cuerpo y masajearon mis recuerdos. Mi corazón disparó, dejando un eco de latidos contundentes que me hacían sentir el tórax dilatar. Mi pecho movía con fuerza. Abultaba... Bajaba. Las piernas temblaban y los brazos apenas tenían fuerza para sujetarla. Los ojos naufragaron en el océano de lágrimas silenciosas que bañaban mi cara con olas de felicidad. Pegados por la saliva blanca, mis labios fueron incapaces de decir nada. Tenté aclarar mentalmente la situación, pero no he podido. Procuré nombrar el fenómeno, pero no fue capaz. Busqué definir sus formas, calcular sus dimensiones, medir la intensidad de su brillo, pero mi razón estaba atrapada delante de aquel milagro.

Había volado. Flotaba... Quizá hubiese alcanzado el nirvana, pues noté una libertad total de los pensamientos negativos. La paz brotó en mi interior y me hizo comprender que la magnitud de aquel momento sería para siempre.

─ Por fin, aquí te tengo... ─ Logré susurrar, casi sin abrir la boca. ─ Mi estrella... ─ Le dije, antes de pensar que jamás me he interesado investigar la astronomía y confrontar los conceptos que cada astrónomo atribuye a las estrellas.

Lo sabia, por causa de unas pocas lecturas, que casi todos los científicos convergen en el sentido de que una estrella corresponde a una esfera de gas, muy grande, aislada en el espacio. No obstante guardar algunas lecciones astronómicas en mi memoria, me apeteció más acordar el concepto que he creado de niño.

En las quimeras de mi niñez las estrellas no pasaban de puntos brillantes, intermitentes, que permanecían en un sitio donde solamente se podía llegar a través de la imaginación. Muchas veces me sentaba en el lomo de un corcel alado, otras tantas cogía de la cola del lagarto volador o conducía el cohete espacial que ni siquiera la NASA tuvo tecnología para desarrollar. Fuera como fuera, yo cruzaba el cielo y tocaba uno por uno de aquellos puntos relucientes.

Saltaba de una estrella hacia la otra. Las acariciaba. Las bautizaba con nombres propios creados por mí y nunca las he llamado Centauro, Capella, Betelgeuse, Antares o Sirio. A mis estrellas les daba nombres personales, siempre asociados con momentos de mi vida. Se las llamaba Navidad, Noche Vieja, Papá, Mamá, Mi Hermana o Mi Hermano. Había veces que las reunía entre ellas y creaba un imperio estrellar. Mi imperio estrellar.

Quizá en alguna fase me hubiese contaminado por la Guerra de las Galaxias, pero lo cierto es que en mi sistema estrellar nunca jamás tuvo lugar para el Doctor Spoc y sus comparsas. Lo mío era disfrutar la soberanía sobre todas las estrellas que podía ver y alcanzar, después, es obvio, de ultrapasar el horizonte de las ideas.

Fueron años inolvidables. Noche tras noche. Invierno, verano, primavera u otoño. Sentaba en mi pequeña silla perezosa y entregaba mis ensueños a las estrellas: a mis estrellas. Criaba ciudades estrellares donde la gente flotaba en el aire y respiraba sin la necesidad de ropas espaciales o botellas de oxígeno. Conducía coches con alas y me hacía amigo de gente enanita que tenía la cara verde y la cabeza grande. No eran marcianos, eran estrellanos. Mi mundo estrellar era distinto del mundo de aquí abajo y que solía conocer sus peculiaridades a través de los informativos de la televisión. Mi mundo estrellar nunca ha sido beligerante. Allá no existían guerras, no había gente con hambre y todos los niños eran felices. Las únicas armas autorizadas eran las pistolas de la risa que disparaban chistes con mucha gracia. Los únicos combates permitidos eran los da felicidad. Sí que se lloraba y que la gente se ponía triste, porque también en el mundo de las estrellas la muerte era la sombra que ocultaba el brillo mayor: la gente moría de vieja. Cuando la vida eterna interrumpía la relación de los vivos con los que morían, un llanto colectivo formaba la cadena de la solidariedad. La gente se consolaba entre sí, buscaba formas distintas de sofocar el dolor y se ocupaba de aquel que quedaba sin la compañía del que partía para siempre. Sufrir bajo la protección y afecto de los amigos era más confortable, porque uno siempre sufría menos sabiendo que nunca jamás estaría solo.

Acuerdo, y la verdad es que jamás olvidaré, la noche en que una de mis estrellas se me huyó, y mi imperio se cayó. De la nada mi estrellita salió en disparada, como una raya riscada en cielo. Noté su ingreso en la atmósfera y muy rápido comprobé como perdía el control. No pude hacer nada. Quedé estático, contemplando como mi estrella desaparecía, dejando un rastro incandescente, de belleza efímera. Mi pecho se abultó y mi corazón latió en un ritmo acelerado. Me emocioné, tuve ganas de gritar, y pensé que me derrumbaría en lágrimas bajo aquel cielo estrellado. Entonces levanté de mi silla, tomé aire, controlé la voluntad de llorar y lo único que he podido hacer fue enviarle mi más profundo y sincero deseo:

─ Vuelve... Vuelve para mí... Quédate siempre a mí lado. ─ Dije al instante que la cola luminosa se apagó. Nunca más he visto mi estrella preferida.


Los años pasaron.

Fue dejando la niñez en algún lugar del pasado y observé como algunas cosas cambiaban dentro de mí. Mi voz perdió la sonoridad pueril y empezó a sonar más ronca. Algunas veces decía cualquier cosa y un sonido estridente resonaba en mis tímpanos. Mis pies se prolongaron, como todo lo de más. Surgieron pelos en partes de mi cuerpo que eran calvas y mis emociones empezaron brotar de órganos que ganaron vida propia.

Ya no me apetecía sentarme en mi sillita para admirar mis estrellas. La verdad es que en esta época, cuando dejé las estrellas de lado para salir con mis amigos y ponerme a coquetear con las chicas de mi colegio, descubrí que a miles de años pasados un astrónomo de nombre Hiparco dedicaba su vida a contemplar el brillo de las estrellas. Leí en una revista que el Sol es la estrella más cercana de la Tierra, y que su masa es unos cuantos miles de veces superior a la masa de nuestro planeta. Supe, a través de la misma revista, que las estrellas están distribuidas por sectores, y que cada sector corresponde a una constelación. Fue entonces que comprobé que el arco cósmico contiene ochenta y ocho constelaciones, y a cada una de ellas corresponde a una determinada región del cielo.

Este día me puse un poco angustiado...

Esperé la noche como si nada. Cuando el Sol huyó al otro extremo de la Tierra, miré al cielo y tenté identificar las constelaciones del Zodiaco. Procuré la Cruz del Sur y calculé donde estaría la Osa Mayor. Las estrellas brillaban como nunca, y una fugota cruzó sobre mis ojos dejando una cola de fuego como nunca jamás había visto en mi vida. Creí que aquella era mi estrella preferida que respondía a mi deseo y volvía para mí. Entonces suspiré profundamente, pues no la había reconocido. Tampoco la he pedido nada y me fue a la cama defraudado, con la certeza de que nunca he tenido estrella ninguna.

El cielo oscureció... Desmanché mi nave espacial, solté el caballo alado y borré el lagarto con alas de mis fantasías.

No tardó mucho para descubrir el gusto por otras estrellas. Aquellas que aparecían en las revistas prohibidas. No llevaban nada en cima. Eran fotografiadas solitas o en constelaciones de dos o tres. Había de todos los tipos, de todas las tallas...., y todas me ponían en órbita. Las quitaba de la inmovilidad de la las hojas y las remetía al cielo imaginario donde yo reinaba como único y absoluto Astro Rey. Después comencé pasear de manos dadas a estrellas que desfilaban fugazmente por mi vida, y desaparecían, dando espacio a otras estrellas que no tardaban en huir.

Estas eran estrellas de todos... ¡Estrellas del universo humano!

En seguida empecé notar que la vida pasaba en un ritmo acelerado. Yo crecía, me transformaba, y las estrellas continuaban iguales. Yo era el que cambiaba. Para cada época de mi vida hubo una estrella que brilló más, o menos. La intensidad de su resplandor estaba subrogada a unos sentimientos que inundaban mis imaginaciones y hacían mi corazón latir en ardores variables. Unas veces, cuando las nuevas estrellas brillaban más, mi corazón latía con fuerza y mi cuerpo casi no respondía por sus reacciones. Otras veces, cuando querría solamente que la estrella de mi interior brillase, el corazón latía como tenia que latir: para mantenerme vivo. Un día mi corazón batió distinto... Me preocupé. Eché unos cálculos en búsqueda del el espacio de vida que me faltaba para crecer y transformarme en hombre, y me di cuenta de que ya no era más un niño. Me había casado, mi sillita ya no existía, y yo me sentía en el cielo, vestido con una ropa desinfectada y levando una mascarilla en la cara que me dejaba con la apariencia de médico.

Andaba por los pasillos del nosocomio con el corazón en la mano. Mis ideas circulaban por todos los lados, proyectando posibles planes de la órbita de una vida futura. Todo era distinto. Era todo nuevo. Las emociones eran inéditas y las reacciones de mi cuerpo eran extrañas. Mi boca temblaba, las piernas casi no obedecían el comando cerebral de ir para donde debería estar y mi razón ansiaba superar aquel momento para poder tenerla en mis brazos. Querría contemplar sus ojos, palpar sus dimensiones y situarla en un sector definitivo de la bóveda de mi vida. Fue cuando percibí que estaba sentado al lado de mi esposa. Su cuerpo, tendido sobre la mesa quirúrgica, reaccionaba a los efectos de la anestesia con convulsiones controladas. Nos mirábamos, sonreíamos y sujetábamos nuestras manos selladas por el pegamiento de un amor irreversible.

─ Te quiero... ─ Le dije. Mi mujer cerró los ojos, hizo un movimiento con los labios y me envió el beso más delicioso que he recibido en mi vida.

En este instante el médico metió las manos en el agujero celestial y trajo un cuerpo nuevo para este mundo de cuerpos extraños.

Quedé absorto...

Era pequeñita. Regordete, con un boquita rasgada en la cara redonda y entonando un llanto que sonó como la inolvidable sonrisa de la vida. Tuve ganas de llorar... Tuve ganas de sonreír... Tuve ganas de gritar... Sentí un calor extraño que tomó cuenta de mi alma y noté la presencia de un resplandor que me hizo acordar la cauda incandescente de la estrella que huyó de mis infantiles dominios estrellares.

Me levanté y le suplique para que fuera feliz. Se mí pequeña estrella sería una estrella fugaz, solo el tiempo diría. Tendríamos una larga caminada hasta que su cola incandescente creciera y ella resolviera partir en busca de su propia constelación, se fuese el caso. Me acerqué al médico, la cogí en mis manos, la acune y la llamé de hija...

Hija amada.

─ Por fin, aquí te tengo. ─ Logré susurrar. ─ Mi estrella.

Estaba sin aliento y las palabras salieron con dificultad. Quedé estupefacto. El clima proporcionado por aquel momento de magnitud impar me hizo sentir bendecido por tener en mis manos y compartir mi existencia con la estrella que más brillaba, y que más brillo colocó en mis ojos.

Desde aquel instante el cielo nunca más oscureció.

Muy rápidamente capturé el corcel alado, creamos juntos un nuevo lagarto volador y trabajamos en la construcción de un vehículo espacial que será pintado en color rosa: la navegirl. Hoy por hoy compruebo, impresionado, como este fenómeno me hace recuperar las quimeras pueriles. Otra vez me veo en el mismo imperio estrellar donde dominé con pura autoridad. Salto de estrella en estrella, las acarició y las bautizó con nombres que ya no son elegidos por mí. La verdad es que perdí el trono y ya no mando más, pues cedí mi imperio estrellar a la reina absoluta, la estrella mayor, la estrella incondicional, cuya luz ilumina con pura alegría cada segundo de los infinitos días de mi vida, de padre.
Pin It
Atualizado em: Qui 5 Mar 2009

Comentários  

#2 Eliana Pires/Lilasflor 01-08-2009 13:24
Qué bello cuento!!!
Sí, el cielo se pone engalanado por las estrellitas que recibimos como regalos.
#1 Eliana Pires/Lilasflor 01-08-2009 13:24
Qué bello cuento!!!
Sí, el cielo se pone engalanado por las estrellitas que recibimos como regalos.

Deixe seu comentário
É preciso estar "logado".

Curtir no Facebook

Autores.com.br
Curitiba - PR

webmaster@number1.com.br